Le di un minuto al tiempo, y él, a mi, un silencio. Envuelto en papel de mil palabras, por manos vacías y tinta corrida. En lineas perdidas en atajos de incomprendidas tristes palabras ceñidas a la irrealidad, de lo nunca visto y lo que la vista nunca verá.
Papel que se arruga, como se arruga la vida cuando se tuerce en el camino y se hunden los pasos. Cuando te ahogas en un vaso lleno de penas, de tenía o nunca tendré.
Se acabó. Por un momento, se acabó. Se acabaron los ¿por qué? y los no lo sé. Los tantos por ciento de infinitos segundos descontentos, atrapados en un espiral de melancolía pura. Pura como el aire que acarician las aves que vuelan sin sentido en la vida. ¡Sin manías, sin juegos ni verdades ni mentiras!
Se acabó. Sin pasado ni contratiempos, sin futuro ni casillas de viejos juegos. De adivina, suplica y vence.
Se acabó. Como acaba el matiz del otoño, de las hojas cayendo en las primeras mañanas frías de invierno. Como un poeta sin noche, sin ahogo del vacío, sin piel, sin tormentas. Como un reloj en el desierto, como un reloj sin pilas.
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