Morí y no debía, no era el momento, aún. Así lo hice desde que la vi subir a ese tren, estaba muerto ya, por dentro.
No divisava, detrás del opaco cristal, sus redondos ojos de los de los demás. Difícil era aceptarlo y así lo asimiló mi corazón.
La echaba de menos.
Temo a la pesadilla que atenta a las heridas que intentan acicalarse. Me angustia el quisquilloso retumbar de mi pecho.